Entre chanchos y guarenes
ENTRE CHANCHOS
Y GUARENES
Franklin Jorquera Salinas
Imaginar
estar entre chanchos y guarenes siempre produce repulsión, suena a sucio,
cochino y mientras se lee es inevitable sentir un olorcillo a barro, fritanga y
estiércol y aunque esta historia tiene más de
cuarenta años, es inevitable sentirlo otra vez.
Curiosamente
comienza con la historia de hombres que en su tiempo fueron pioneros. El
ministro de la vivienda de la Unidad Popular Humberto Martones visitaba la ciudad y la Coviefi para entregar
la ampliación del plano regulador y los terrenos que dejaban de ser quintas y
se convertían en terrenos habitacionales para las cooperativas de viviendas de
empleados públicos, provocando la ira de algunos y el contento de los otros.
La
entrega de sitios se anunciaba tumultuosa. Los dueños de quintas no se
resignaban a perder sus hectáreas pese a que se les entregaba las mismas
dimensiones en el sector de “La Chimba”.
Además
de cuatro o más sitios en los terrenos que abandonaban y el
traslado en camiones de la tierra fértil que poseían en sus “canchones”.
El
día llegó y los quinteros se presentaron con echonas, palas, picotas y otras
herramientas de campo, dispuestos a defender el suelo que se habían tomado.
Las
Cooperativas, en su mayoría empleados públicos, profesores, trabajadores del
agua potable, académicos de las universidades, del hospital, etc. Todos de
cuello y corbata, tampoco estaban dispuestos a ceder porque estaban organizados
en Cooperativas de Viviendas, como lo solicitaba el gobierno para conseguir la
anhelada casa propia. El enfrentamiento era evidente pero todo sucedió al revés: primero las amenazas y
garabatos, luego el diálogo personal y el entendimiento para llegar a la razón
y el convencimiento. Finalmente el
Ministro pudo hablar y el acuerdo fue firmado y sellado.
Los
trabajadores de la construcción pudieron
al fin acceder a los distintos trabajos
para demarcar los terrenos de cada cooperativa y los sitios que pertenecían a cada asociado. Con ellos ingresaron también
nuestro arquitecto proyectista Don Alejandro y el arquitecto constructor don
Boris, viejos zorros del desierto, que asentados en Chuquicamata, anclaron buscando un mejor porvenir en la
costa.
Después
de tardes enteras delimitando los terrenos, se hicieron cargo de dos
cooperativas de profesores: “Arenas del Desierto” y “Atardecer Nortino” que se
ubicaban sobre y debajo de la avenida principal (Extensión de la Avenida
Argentina).
Algunos
“quinteros” demoraron el traslado lo
suficiente para entorpecer las labores
del trazado, delimitación y mecánica de
suelo y a otros, simplemente demoraban porque su labor no era precisamente la
agricultura.
Uno
de ellos fue el “Venus de Milo”, le
llamábamos así porque lo único que sabíamos de él era que tenía un brazo
quebrado y andaba siempre enyesado. Necesitábamos hablar con él porque el
trazado pasaba por el terreno que él
mantenía cerrado.
El
“venus de milo” no se dedicaba a la agricultura, tenía una crianza de cerdo
y cabras que no supimos contar aparte de
dos caballos y un matadero clandestino que sólo se activaba cerca del fin de semana.
Se
hizo urgente parlamentar y como era
inubicable, acordamos esperarlo para cuando se acercara a alimentar a los
animales.
Dos
días estuvimos en esa, incluyendo serenos nocturnos; caía la tarde del tercer día y vimos asomar
una camioneta blanca, algo destartalada, con la carga de tres toneles de
plástico. Aguardamos para verificar nuestras sospechas, el vehículo ingresó por
un portón y nosotros avanzamos para hacer contacto. Con el alboroto de gruñidos
y balidos nadie nos escuchó. Y cuando decidimos explorar por la pandereta; se abrió el portón y la camioneta
salió rauda, tratamos de entrevistarnos con quien cerraba el portón pero
cumplida su misión, corrió hacia la camioneta y se alejaron raudos. Habíamos
perdido la ocasión de entrevistarnos con el “Venus de Milo”. Volvimos a la
muralla para tratar de investigar tanto
misterio; Drago era nuestro Inspector de obras, estudiante de la Carrera de
Construcción Civil de la Universidad del Norte y como más joven y atlético se
subió sobre la pandereta y se sentó en el pilar y muy ansioso empezó a
gritar: …¡ súbanse, súbanse, tienen que
ver esto!...
La
curiosidad venció al recato y juntando piedras de gran tamaño, también
escalamos el muro y lo que vimos frente
a nuestros ojos fue espeluznante: una feroz pelea entre cabras, cerdos,
caballos contra… ¡guarenes!... por llegar a la gran batea con alimentos en
descomposición. Sí… tremendos pericotes
que luchaban a toda costa por llegar al alimento esperado por tres o más días. Mordían
las patas de sus víctimas y los hacían saltar de dolor, aguzando la vista nos
dimos cuenta que el alboroto de los chanchos se producía cuando sus rivales les
mordían la nariz y saltaban sobre su
lomo.
Estábamos
tan sorprendidos que nadie atinaba a reaccionar. Nos habían dicho que con el
proyecto de las casas estábamos obstruyendo
el paso normal de los ratones del cerro en su camino a la orilla del mar
para alimentarse, pero ¿de dónde salían tantos?
Parecía
que la primera línea de batalla estaba ganada por los chanchos con sus patadas
y mordiscos pero los guarenes seguían llegando amenazando a los dos caballos
que, distantes observaban. Las cabras saltaban más por el alboroto que por
sentirse amenazadas. Los que ponían una cuota de cordura eran unos gorriones
que en medio de la chimuchina, se alimentaban volando a nuestra muralla cuando
el peligro lo sentían cerca.
En
una vista más aguda nos dimos cuenta que el alboroto de los chanchos se
producía cuando sus rivales le mordían la nariz. Estábamos tan sorprendidos que
nadie atinaba a reaccionar y todos mirábamos sin hablar.
Drago
lanzó su casco para medir la reacción pero algunos las emprendieron contra el
casco y los más ni se inmutaron.
El
arrebol de la tarde se hacía sentir y era difícil saber cuánto tiempo habíamos
estado sobre la muralla. La tarde caía y
de repente un guarén logró llegar a la batea, luego otro y otro; nos dimos
cuenta que eran mucho menos los cerdos que peleaban y la mayoría se había
puesto a buen recaudo junto a las cabras. La lucha por ser dueños de la batea
la habían ganado los guarenes quienes se convirtieron en una sola mancha oscura.
Pero
nos esperaba una nueva sorpresa, cuando estábamos a punto de bajarnos,
descubrimos que un chancho chico comía junto a los guarenes y mientras
comentábamos, otro y otro, luego las cabras; ahora todos comían sin alboroto,
todos del mismo plato, todos la misma merienda, excepto los caballos que sólo
observaban.
Don
Alejandro rompió el silencio en que de nuevo habíamos caído y molesto dijo: …
¡Basta ya…! Hemos visto demasiado y la vida es vida.
El
tono brusco de su voz no era habitual en
aquel cariñoso y afable descendiente
español, de manera que se obedeció como orden y todos bajamos en
silencio del muro, caminamos y subimos a la camioneta para emprender el regreso
a la ciudad.
Todos
conectados con sus propios pensamientos daban a conocer en sus rostros que nada
agradable podía salir de sus bocas. Seguramente nadie estaba pensando en el
“Venus de milo” hasta que Don Boris rompió el silencio y como conversando con
el mismo dijo: Tanto tiempo trabajando con hombres rudos y nunca me molestó, porqué éstos animales son
capaces de alterar mi ánimo. Luego todos nos hacíamos preguntas en voz alta
pero conversando consigo. Yo, a mi vez
pensaba ¿Comió el caballo, o lo hizo
cuando todos estuvieron satisfechos? ¿Por qué los guarenes, después de tanto
pelear permitieron comer a los chanchos?
¿Quiénes se dieron cuenta que para todo alcanzaba? ¿Qué relación hay entre el alzamiento de los “quinteros” y ésta
pelea?
Cuando
llegaba a un razonamiento también llegaba a mi casa y el diario vivir copó
totalmente las reflexiones filosóficas del tema.
Hace
algunos días pasé por la calle de
subida, ahora Malihue 631 en
Villa Independencia (Coviefi) y mirando una linda casa construida allí recordé el
episodio entre chanchos y guarenes y encontré alguna respuesta para la
incomodidad y el silencio, los animales son en general pacíficos, y sólo se
alteran cuando defienden su territorio, el derecho a procrear y la
supervivencia y alimentación.
Las
personas rechazamos mentalmente la idea
que suceda esto entre los humanos.
Volví
a sentir esa incomodidad pero ahora con un calorcillo en la cara y la boca
amarga, sacudo la cabeza, entro a la casa y enciendo el televisor, escucho las
noticias de allá y de acá y poco a poco
voy bajando la cabeza para reflexionar: el hombre llegó a la luna, la
tecnología es capaz de comunicar en un segundo a todo el mundo, la creación de un virus puede poner en jaque a la existencia y los
humanos seguimos siendo más humanos… pero…¿Quién puede asegurar que no seguimos
viviendo entre chanchos y guarenes?…
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