Mi carrito de lata
MI CARRITO DE LATA
¡Que bulla es esa!, exclamaba mi abuela,
mientras escuchábamos la radio novela “El huaso bandera”, corría el año 1966,
momentos en que por circunstancias que desconozco o no quiero recordar, vivía
con mis abuelos. La verdad era un ruido poco común que no permitía escuchar los acontecimientos
que la trama, de la novela, proponía.
Era el tarro con moco, el viejo queco y el
chancho arrastrando, cada uno de ellos, un
auto hecho de tarros y alambre,
¡era asombroso! ¡No podía creerlo!, mientras mirábamos por la ventana de la
casa, junto a mi abuela, recuerdo que vivíamos en la calle Traiguen, en el #5935, de la Población Prat “B”, cercano
al cerro de la Cruz, sector alto de la ciudad.
Un grupo de amigos, seguimos la caravana de
tres autos hechos de tarros redondos, que circulaban por la calle, emitiendo un
ruido no muy molesto, una vez ya contaminado con la bulla que producían;
llegamos a la casa del tarro con moco de 14 años aproximadamente y su hermano
menor, el viejo queco, de edad no mayor a la mía.
-Carlín, - pregunté-, ¿puedo entrar yo? Nooo,
que entre el Otto, el pato, y el cabezón lucho. -Pucha, yaaa phu,- -Carlín,
déjanos entrar phu-
El tarro con moco (Carlín), era un niño que
no asistía regularmente al colegio “escuela n°32 hoy España n°59, había repetido varias veces el mismo curso y
por tanto le daba vergüenza ir. Por ello le quedaba mucho tiempo para
desarrollar la creatividad y construir estos carros de lata, que consistían en
cuatro tarros de conserva redondos de atún, cuatro trozos de alambre grueso
casi galvanizados, que se usaban en las casa como tendederos de ropa,
recién lavada y, un volante que servía para dirigir el carro.
El grupo de amigos, con carros, fue creciendo
en la medida que se fue conociendo la forma de construir y en la búsqueda de
los materiales para ello.
En la casa de mi abuela comenzó a desaparecer
el tendedero de alambre galvanizado para cambiarlo por tarros. Recuerdo la
molestia de mi abuelo, quien tuvo que
reemplazarlo por un alambre que se
oxidaba por lo que no era lo más apropiado para colgar la ropa húmeda.
Con la ayuda de mi primo el loco churry,
logramos armar nuestros carros, con la particularidad que el nuestro era un
camión, pues tenía sobre los soportes un tarro de aceite, abierto, para motores de vehículos. Todo gracias a la
voluntad de mi papá quien trabajaba en la estación de servicios de combustible
SHELL ubicado en calle Balmaceda con Sucre (hoy reemplazado por un edificio de
departamentos), donde también hacía cambio de aceite a los autos.
El tarro con moco cuando nos vio paseando con
los “camiones” de lata, se enojó tanto que no quería que perteneciéramos al
grupo de juego, que ya bordeaba la docena de integrantes. Habían construido
toda una carretera en medio de una pampa desolada, muy amplia, al costado de algunas casas de la población.
-¡Oye, cabezón! ¿Quién es el jefe del juego?
Preguntó mi primo, -El Carlín, respondió. –¿Carlín, -podemos jugar? –ya, ¿de dónde sacaste ese tarro? -Mi tío
Pichuco lo trajo del trabajo- ¿Quién es?,-el papá del Lelo, ese que está ahí,
mi primo-, -dile si me trae uno-.
Bueno, Carlín tuvo su tarro y nos permitió
ser parte del grupo pero él no podía ser menos y con una creatividad asombrosa
le puso goma de cámara de neumáticos a los tarros que servían de rueda para
evitar la bulla que estos emitían al girar y otro tarro delante del camión donde ponía un trozo de vela, que servía de
luz para alumbrar los caminos durante
el juego nocturno.
La verdad no todos podíamos conseguir los
tarros necesarios para construir nuestro
camión y la goma para poner en las ruedas, así es que, al cabezón se le
ocurrió ir con los camiones hasta el basural ubicado a la salida de
Antofagasta, del Salar del Carmen, hasta
donde nos dirigimos a la hora acordada, después de almuerzo, encontramos gente
comiendo desechos y recogiendo escombros, nosotros comenzamos a buscar latas y
alambre para construir y regalarle a los
amigos que no tenían, el regreso tardo más de lo presupuestado por lo que el
reto y castigo sirvió para guardar el camión por varios días.
Y así, por mucho tiempo, ese fue nuestro
juguete preferido, capaz de reunir a los
amigos promoviendo la creatividad y el ingenio infantil.
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